Voces en el desierto; la curación


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"A continuación los tres personajes principales del drama, Hombre Medicina a los pies,
Mujer que Cura arrodillada a un lado y el paciente tumbado de espaldas sobre la tierra,
empezaron a hablar con un sonsonete de plegaria."
Marlo Morgan "Voces en el desierto"

Se acercaba la estación de las lluvias. Ese día divisamos una nube que se mantuvo a la
vista durante un corto período de tiempo. Fue una imagen que valoramos por su rareza.
Ocasionalmente incluso pudimos caminar bajo su gran sombra, desde donde teníamos la
misma visión que posiblemente tenga una hormiga de la suela de una bota. Era una delicia
hallarse entre gente adulta que no había perdido el sentido infantil de la diversión, tan
importante siempre. Echaban a correr hacia el sol alejándose de la nube y mofándose de ella
por la lentitud con que se movía. Luego volvían a refugiarse bajo su sombra y me decían que
el aire fresco era un regalo maravilloso de la Divina Unidad. Resultó un día muy alegre y
juguetón. Sin embargo, al caer de la tarde se desató la tragedia, o al menos lo que a mí me
pareció una tragedia en ese momento.
En el grupo había un hombre de treinta y tantos años que se llamaba Gran Rastreador de
Piedras. Su talento consistía en hallar piedras preciosas. Recientemente se había añadido el
«Gran», porque a lo largo de los años había desarrollado una habilidad especial para encontrar
unos maravillosos y enormes ópalos e incluso pepitas de oro en las zonas mineras, después de
que las compañías explotadoras hubieran abandonado las minas. ( )
Aquel día en particular, Gran Rastreador de Piedras caminaba por el borde de un
terraplén cuando cedió la tierra y él fue a caer por el risco hacia la superficie rocosa, seis
metros más abajo. El terreno por el que caminábamos estaba formado por grandes capas de
granito pulido natural, de láminas de roca y extensiones pedregosas.
Por entonces yo tenía unos buenos callos en las plantas de los pies, parecidos a aquella
especie de pezuñas de mis compañeros, pero ni siquiera esa capa de piel muerta bastaba para
caminar cómodamente sobre las piedras. Tenía el pensamiento puesto en los pies. Recordaba
un armario que tenía en casa, lleno de zapatos, donde no faltaban botas de excursionista y
zapatillas deportivas. Oí el grito de Gran Rastreador de Piedras cuando ya volaba por los
aires. Corrimos todos hasta el borde y miramos hacia abajo. Parecía un guiñapo, y se veía ya
un charco oscuro de sangre. Varios miembros de la tribu corrieron cuesta abajo hasta la
garganta y lo subieron en un santiamén haciendo uso de un sistema de relevos. Dudo que
hubiera tardado menos si hubiera subido flotando. Las manos que lo transportaban parecían la
oruga de una línea de montaje.
Cuando lo depositaron sobre la pulimentada roca de la cima, la herida quedó a la vista.
Era una fractura complicada y muy grave entre la rodilla y el tobillo. El hueso sobresalía unos
cinco centímetros, como enorme y feo colmillo, a través de la piel de color chocolate con
leche. Inmediatamente alguien se quitó una cinta del pelo e hizo un torniquete con ella
alrededor del muslo. Hombre Medicina y Mujer que Cura se hallaban a cada lado del herido.
Otros miembros de la tribu empezaron a prepararlo todo para acampar allí aquella noche.
Yo me acerqué poco a poco hasta quedar junto a la figura postrada.
-¿Puedo mirar? -pregunté.
Hombre Medicina pasaba las manos por la pierna herida a unos dos centímetros de la
piel con un suave movimiento deslizante, primero en paralelo y luego con una de arriba abajo
y la otra al revés. Mujer que Cura me sonrió y habló a Outa, quien me tradujo su mensaje:
-Esto es para ti. Nos han dicho que tu talento, entre tu gente, es el de mujer que cura. -
Bueno, supongo -respondí.
Nunca me había gustado la idea de que la curación de un enfermo dependa de los
médicos o de sus trucos, porque años atrás, cuando tuve que enfrentarme con la polio, había
aprendido que la curación tiene una única fuente. Los médicos ayudan al cuerpo eliminando
partículas extrañas, inyectando sustancias químicas o devolviendo huesos a su sitio, pero eso
no significa que el cuerpo vaya a curarse. De hecho, estoy convencida de que jamás ningún
médico en ningún lugar de ningún país y en ninguna época de la historia ha curado a nadie.
Cada persona lleva la curación en su interior. Los médicos son como mucho unas personas
que han reconocido en sí mismas un talento individual, lo han desarrollado y tienen el
privilegio de servir a la comunidad haciendo lo que mejor se les da y más les gusta. Pero no
era aquél el momento más adecuado para una discusión a fondo. Acepté los términos que
Outa había decidido utilizar y convine con los nativos en que también yo, en mi sociedad, era
considerada una mujer que curaba.
Según me explicaron, el movimiento de las manos a lo largo de la pierna sobre la zona
herida, sin tocarla, era un método para devolver la antigua forma de la pierna sana y para
eliminar la hinchazón. Hombre Medicina le refrescaba la memoria al hueso para que
reconociera la auténtica naturaleza de su estado sano. Con esto se eliminaba el impacto
provocado al partirse en dos y abandonar la posición desarrollada durante más de treinta años.
Lo que hacían era «hablarle» al hueso.
A continuación los tres personajes principales del drama, Hombre Medicina a los pies,
Mujer que Cura arrodillada a un lado y el paciente tumbado de espaldas sobre la tierra,
empezaron a hablar con un sonsonete de plegaria. Hombre Medicina colocó las manos
alrededor del tobillo. En realidad no parecía que tocara ni tirara del pie. Mujer que Cura hizo
lo propio con la rodilla. Hablaban en forma de cánticos, cada uno de ellos diferente. En un
momento dado alzaron la voz al unísono y gritaron algo. Debieron de utilizar un método de
tracción, pero yo no fui capaz de verlo. Sencillamente, el hueso volvió a meterse por el
agujero del que asomaba. Hombre Medicina juntó los dos bordes de piel e hizo una seña a
Mujer que Cura, que desató el extraño y largo tubo que siempre llevaba consigo.
Unas semanas antes le había preguntado a Mujer que Cura qué hacían las mujeres
cuando tenían la menstruación, y ella me había mostrado unas compresas hechas de juncos,
paja y finas plumas de pájaros. Después, de vez en cuando, observaba que una mujer
abandonaba el grupo para internarse en el desierto y ocuparse de sus necesidades. Enterraban
la pieza sucia igual que enterrábamos nuestros excrementos diarios, como hacen los gatos.
Ocasionalmente, sin embargo, había advertido que una mujer volvía del desierto con algo en
la palma de la mano, que llevaba a Mujer que Cura. Esta abría el extremo superior de su largo
tubo. Observé que estaba forrado de las hojas de plantas que usaron para curarme los pies
llagados y las quemaduras del sol. Mujer que Cura metió dentro el enigmático objeto. Las
pocas veces que me acerqué, me llegó un insoportable hedor. Finalmente descubrí lo que
guardaban en secreto: grandes coágulos de sangre expulsados por las mujeres.
Aquel día Mujer que Cura no abrió el extremo superior del tubo, sino el inferior. No
salió ningún tufo. No desprendía ningún mal olor. La mujer apretó el tubo con la mano y
surgió una brea negra, espesa y reluciente, que utilizó para unir los bordes desiguales de la
herida. Literalmente los alquitranó, untando la sustancia por toda la superficie de la herida.
No hubo vendaje, ataduras, entablillado, muletas ni suturas.
Pronto se olvidó el accidente y nos ocupamos de la comida. Por la noche se hicieron
turnos para colocar la cabeza de Gran Rastreador de Piedras sobre el regazo, de modo que
viera mejor desde el lugar en que reposaba. También yo hice un turno. Quería tocarle la frente
y comprobar si tenía fiebre. Además quería tocar y estar cerca de una persona que, al parecer,
había aceptado ser demostración viviente de sus métodos de curación en mi honor. Cuando
tenía su cabeza en mi regazo, alzó la vista hacia mí y me guiñó un ojo.
A la mañana siguiente, Gran Rastreador de Piedras se levantó y caminó con nosotros. No
cojeaba en absoluto. Me habían dicho que el ritual practicado reduciría el trauma óseo y
evitaría que se inflamara la pierna. Era cierto. Durante varios días la examiné de cerca y
observé cómo se secaba la negra sustancia natural y empezaba a desprenderse. Al cabo de
cinco días había desaparecido; sólo quedaban unas delgadas cicatrices en el sitio por donde
había salido el hueso. ¿Cómo podía aquel hombre, que pesaba unos sesenta y cinco kilos,
apoyarse en aquel hueso completamente partido, sin muleta y sin que le volviera a salir de
sopetón por el agujero? Estaba maravillada. Sabía que los miembros de la tribu gozaban de
muy buena salud en general, pero además parecían poseer un talento especial para resolver las
urgencias.
Los que poseían talento para curar no habían estudiado nunca bioquímica ni patología,
pero poseían las credenciales de la verdad, la intención y el compromiso con el bienestar
físico.
Mujer que Cura me preguntó: -¿Comprendes cuánto tiempo implica «para siempre»?
-Sí -repliqué-. Lo comprendo.
-¿Estás segura?
-Sí, estoy segura.
-Entonces podemos decirte algo más. Todos los humanos son espíritus que sólo están de
paso en este mundo. Todos los espíritus son seres que existen para siempre. Todos los
encuentros con otras personas son experiencias y todas las experiencias son relaciones para
siempre. Los Auténticos cierran el círculo de cada experiencia. No dejamos cabos sueltos
como los Mutantes. Si te alejas con malos sentimientos en el corazón hacia otra persona y ese
círculo no se cierra, se repetirá más adelante. No lo sufrirás una sola vez sino una y otra hasta
que aprendas. Es bueno observar, aprender y almacenar la experiencia para ser más sabios. Es
bueno dar las gracias, dejarlo bendecido, como vosotros decís, y alejarse luego en paz.
Yo no sé si el hueso de la pierna de aquel hombre se curó rápidamente o no. No tenía
rayos X a mano para examinarlo antes y después, y él no era un superhombre, pero a mí no
me importó. No sufrió. No le quedaron secuelas, y en lo que concernía a los demás, la
experiencia había terminado. Nos alejamos en paz, y era de esperar que un poco más sabios.
El círculo se había cerrado. No se gastaron más energías, tiempo ni atención en él.
Outa me dijo que ellos no habían provocado el accidente. Sólo habían pedido que, si era
por el supremo bien de la vida en todas partes, estaban abiertos a una experiencia con la que
yo pudiera aprender en la práctica sus métodos de curación. No sabían si se presentaría la
oportunidad ni a quién podría tocarle, pero estaban dispuestos a ofrecérmela como
experiencia. Cuando se produjo, se sintieron agradecidos una vez más por el don que habían
podido compartir con la Mutante foránea.
También yo estaba agradecida aquella noche por la oportunidad de conocer las
misteriosas mentes vírgenes de aquellos humanos a los que llamaban incivilizados. Quería
aprender más cosas sobre sus técnicas de curación, pero no deseaba la responsabilidad de
añadir nuevos retos a sus vidas. Tenía muy claro que la supervivencia en el Outback era un
reto más que suficiente.
Tendría que haber comprendido que ellos me leían la mente y que sabían lo que pedía
antes de expresarlo. Aquella noche hablamos largo y tendido sobre la relación entre el cuerpo
físico, la parte eterna de nuestra existencia y un nuevo aspecto que no habíamos tocado antes:
el papel de los sentimientos y las emociones en la salud y el bienestar.
Ellos creen que sólo las emociones tienen una verdadera importancia; se quedan
grabadas en cada célula del cuerpo, en el núcleo de personalidad, en la mente y en el ser
eterno. Así como ciertas religiones hablan de la necesidad de alimentar al hambriento y dar
agua al sediento, aquella tribu decía que el alimento y el líquido que se dan y la persona que
los recibe no son esenciales. Lo que cuenta es el sentimiento que se experimenta cuando se
entrega uno con sinceridad y afecto. Dar agua a una planta o a un animal moribundos, o dar
ánimos a una persona, proporciona tanta sabiduría sobre la vida y nuestro Creador como dar
de beber a una persona sedienta. Cada uno de nosotros abandona este plano de la existencia
con una tarjeta de puntuación, por así decirlo, en la que se refleja momento a momento el
modo en que se han dirigido las propias emociones. Son los sentimientos invisibles e
incorpóreos que llenan nuestra parte eterna los que marcan la diferencia entre los buenos y los
menos buenos. La acción es tan sólo un canal mediante el que se permite expresar y
experimentar el sentimiento, la intención.
Para devolver el hueso a su sitio, los dos médicos nativos habían enviado pensamientos
de perfección al cuerpo. Cabeza y corazón habían desempeñado un papel tan importante como
el de las manos. El paciente estaba abierto y receptivo al bienestar y creía en un estado de
restablecimiento total e inmediato. Ante mi asombro, lo que para mí era milagroso, desde la
perspectiva de la tribu era obviamente normal. Empecé entonces a preguntarme hasta qué
punto en Estados Unidos el sufrimiento, debido a enfermedad y experimentado por el
paciente, se debía a una predeterminación emocional, no a nivel consciente, por supuesto,
sino a cierto nivel del subconsciente.
¿Qué ocurriría en Estados Unidos si los médicos pusieran tanta fe en la capacidad
curativa del cuerpo humano como la que tienen en las drogas? Cada vez valoraba más la
importancia del vínculo entre médico y paciente. Si el médico no cree que la persona se va a
recuperar, esa misma incredulidad puede dar al traste con su trabajo. Aprendí hace mucho
tiempo que cuando un médico le dice a un paciente que no tiene cura, lo que en realidad
quiere decir es que no tiene información para curarlo. No significa que no exista cura. Si
cualquier otra persona ha superado alguna vez esa misma enfermedad, es evidente que el
cuerpo humano tiene la capacidad para curarla. En mis largas conversaciones con Hombre
Medicina y Mujer que Cura, descubrí una nueva e increíble perspectiva sobre la salud y la
enfermedad. «Curar no tiene absolutamente nada que ver con el tiempo -me dijeron-. Tanto la
salud como la enfermedad se producen en un instante.» Según yo interpretaba estas palabras,
el cuerpo es un conjunto, bueno y saludable a nivel celular, pero de repente se produce el
primer desarreglo o anomalía en una parte de una célula. Pueden pasar meses o años antes de
que se identifiquen los síntomas o se establezca el diagnóstico. Y la curación es el proceso
inverso. Uno está enfermo y su salud va decayendo; según la sociedad en la que viva, recibirá
un tipo u otro de tratamiento. En un momento el cuerpo detiene su declive e inicia la primera
etapa de su recuperación. La tribu de los Auténticos cree que no somos víctimas al azar de
una mala salud, sino que nuestro cuerpo es el único medio que tiene nuestro nivel superior de
conciencia para comunicarse con nuestra conciencia personal. Con su declive, el cuerpo nos
da la oportunidad de mirar en derredor y analizar las heridas que son realmente importantes y
que hemos de reparar: las relaciones en crisis, las brechas abiertas en nuestro sistema de
valores, los tumores amurallados del miedo, la fe erosionada en nuestro Creador, las
emociones insensibilizadas que impiden el perdón, y tantas otras cosas.
Yo pensé en los médicos norteamericanos que trabajan ahora con las imágenes mentales
positivas para tratar a los enfermos de cáncer. En su mayoría no son bien vistos por el resto de
sus colegas. Lo que intentan explorar es demasiado «nuevo». Ante mí tenía el ejemplo de los
seres humanos más antiguos de la Tierra, que usaban técnicas transmitidas de generación en
generación y que me habían demostrado su valor. Sin embargo, nosotros, la llamada sociedad
civilizada, no queremos utilizar la transmisión de pensamientos positivos porque tememos
que sea tan sólo una moda, y convenimos prudentemente en que sería mejor esperar un
tiempo y ver cómo funciona bajo ciertas condiciones. Cuando un Mutante en estado crítico ha
recibido ya todos los tratamientos que le puede ofrecer la medicina y está al borde de la
muerte, el médico le dice a la familia que ha hecho cuanto estaba a su alcance. Es cierto,
cuántas veces habré oído el comentario: «Lo siento, no podemos hacer nada más. Ahora está
en manos de Dios». Es curioso que nos suene a cosa del pasado.
No creo que los Auténticos sean superhombres por el modo en que tratan accidentes y
enfermedades. Creo sinceramente que todo lo que ellos hacen tiene una explicación científica.
El hecho es que nosotros construimos máquinas para que realicen ciertas técnicas, y los
Auténticos son la prueba de que pueden llevarse a cabo sin aparatos eléctricos.
La humanidad explora a la aventura y con gran esfuerzo, pero en el continente
australiano se aplican las más refinadas técnicas médicas a unos miles de kilómetros tan sólo
de las antiguas prácticas que han salvado vidas desde tiempos inmemoriales. Tal vez un día se
unirán y se completará el círculo del conocimiento.

¡Qué día para una celebración mundial!

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